Cultura Julián Herbert: "Todo lo que recordamos es ficción" El escritor mexicano Julián Herbert, invitado a participar del FILBA visita por primera vez Buenos Aires para presentar "Canción de tumba", una intensa novela que narra la historia de su madre, Guadalupe Chávez, prostituta de toda la vida que se encamina a la muerte a causa de la leucemia.
"Todo lo que recordamos es ficción -dispara Herbert en diálogo con Télam-. La memoria es una suerte de mecanismo de la ficción".
En el libro, publicado por Mondadori y ganador del Jaén de Novela, Herbert describe con crueldad y ternura por igual su sentimiento del mundo a través de la historia de su madre, una prostituta que lo llevó junto a sus hermanos por todo México, con poco dinero, viviendo experiencias extremas, pero que también le enseñó a leer y a fortalecerse frente a las adversidades.
"Me considero sobre todo un lector -señala Herbert-. Leer es lo que más disfruto. Por eso me interesaba ir cuestionando el relato a medida que lo escribía: soy mi primer lector".
Y apunta: "creo que hemos desestimado la figura del lector. En la zona de la lectura todos tenemos credenciales. Es una verdadera zona de encuentro".
Para el autor, "una de las cosas más jodidas de la posmodernidad y de la lengua española es que hayamos renunciado al sentido del humor. El sentido del humor nos ha dado un mundo de posibilidades, y de pronto la literatura se ha vuelto tan solemne y seria".
- La reivindicación del lector es algo que recuerda a Borges...
- Tengo mucha cercanía con la literatura argentina, desde Arlt hasta Piglia. Soy un lector devoto. No tengo la misma relación con la parte central de la literatura mexicana. Vivo en el norte de México y me forme ahí. Me siento más próximo a una actitud frente al lenguaje que no hace distinciones entre lo popular y lo culto.
En ese sentido, Borges está presente de una manera subyacente, pero pienso más en Macedonio Fernández, Roberto Arlt y Julio Cortázar, tienen un sentimiento del mundo con el que me identifico. Es la primera vez que estoy en Buenos Aires, pero la conozco mucho por mis lecturas. Llevo dos días caminando y buscando esos lugares de la imaginación.
También me pasa con la literatura estadounidense, en dos zonas: una tiene que ver con Hemingway y con Carver, autores de frase corta que saben hacer una economía en la entonación, y la otra zona me es muy cercana de una manera visceral, es el Deep South (Sur Profundo), Truman Capote, Cormac McCarthy, Sam Shepard.
Sobre todo Cormac McCarthy, porque buena parte de esa literatura sucede en un paisaje y en un sentido de la realidad que yo comparto, porque vivo muy cerca de la frontera con Texas. Entonces, el discurso de la literatura tejana es casi propio.
- ¿También te sucede con William Faulkner?
- Faulkner es un autor muy cercano, pero me parece que quiere decir demasiadas cosas, aunque, claro, "Una rosa para Emily" es un cuento extraordinario. Creo que mi problema reside en que yo tengo una distancia con la literatura mexicana y nosotros tenemos un autor que se relaciona con Faulkner: Juan Rulfo. El es una influencia muy pesada, es demasiado grande.
El único que ha sacado la pistola y afrontado la influencia de Rulfo es Yuri Herrera, es extraordinario, creo que es el mejor narrador de mi generación en México.
- ¿Tenés un análisis de tu país?
- Las miradas que más me interesan son de extranjeros que han sabido ver muy bien el exotismo del país pero también lo han observado críticamente. Creo que Malcolm Lowry entendió México más que cualquier mexicano.
México es un país que no entiendo, voy a Oaxaca y me siento extranjero, nací en el sur, vivo en el norte, y el D.F. me es tan desconocido como Londres. Siempre tengo esta noción de pertenecer y a la vez estar ajeno. Hay una parte de tu lugar que nunca vas a poder penetrar. Quise escribir desde la ignorancia, porque la dimensión humana no alcanza para entender un país.
Según Herbert, "uno no puede escribir impunemente, porque la literatura viene y se venga de tí. Soy consciente que inventé muchas cosas para esta biografía de mi madre, lo tengo claro, pero ya no puedo recordar la diferencia, porque la mente funciona así: hay episodios que pueden ser reales y también imaginados. Sólo puedo recordar mi vida a través del libro.
"Los momentos radicales y definitivos que hay confrontar en la vida, como la muerte de tu cercanos, te plantean una pregunta acerca del discurso de lo sobrenatural, de las fuerzas de la naturaleza, de lo místico", explica el autor.
Y señala: "tuve una sensación de desapego de la idea mística, esa percepción hay que construirla en el lenguaje, crear símbolos para describirla; es una percepción que cada vez nos acecha más, es la certeza casi física de que Dios no existe".
"Lo que me asaltó en el proceso creativo fue la necesidad de expresar que esto no es sólo discurso ni una retórica en el lenguaje, sino un sentimiento del mundo y hay que vivir con eso, y si existe alguna sensación sobre lo místico, también hay que vivir con eso", repite.
"El libro me ayudó a conectar con el lado más frágil de lo masculino. Escribiéndolo pude relacionarme con esa zona en la que te quiebras, y no hubiera aprendido eso sin mi mujer, que me otorgó una enseñanza del lenguaje muy cabrona. Mónica me dio una lección de estilo que ningún escritor me dio", concluye Herbert.
fUENTE: tÉLAM
Sábado, 15 de septiembre de 2012
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