Desocupacion en EEUU La crisis también acecha al presidente de Estados Unidos Norberto Colominas La crisis económica reproduce una vieja encerrona del capitalismo: el divorcio entre los valores nominales y los valores reales. Según estimaciones privadas, el volumen de los primeros habría llegado ya a los 900 billones de dólares, es decir a 900 millones de millones. Su contraparte es el monto de los valores reales, es decir la suma del PBI mundial, que no supera los 55 billones de dólares. La diferencia es asombrosa: hay 16,5 veces más valores ficticios (acciones, títulos, bonos, hipotecas, dinero) que reales (edificios, autos, tierras, cosechas). Con la continua emisión de moneda para salir del atolladero, lo que en última instancia significa aumentar la cantidad de papeles sin respaldo, la burbuja del crédito va camino del 20 a 1, como pronosticó el Premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz. En otras palabras, la relación entre una pelota de fútbol y una nuez.
En teoría los valores nominales representan valores reales, pero las crisis se producen precisamente cuando esa representación se desvanece. Detrás de los títulos ya no hay fábricas, hay quiebras. Detrás de los bonos ya no hay países solventes sino amenazas de default. Detrás de muchas de las empresas que cotizan en bolsa ya no hay ganancias, hay pérdidas o balances trucados.
La virtual desaparición del crédito fue tratada con una medicina peligrosa: la emisión. Según distintas fuentes, desde que se inició la crisis en 2008 ya se llevarían emitidos en todo el mundo unos 5 billones de dólares, lo que representa casi un 10 por ciento del PBI mundial (la mitad de aquella cifra se emitió en Estados Unidos). No se puede emitir más porque provocaría hiperinflación, un remedio tan malo como la enfermedad, que no se materializó porque la recesión congeló los precios.
Un botón de muestra. La industria de la construcción está poco menos que paralizada en Estados Unidos. ¿Quién va a construir si el precio del metro cuadrado se desplomó a la mitad de su valor anterior a la debacle de las hipotecas sub-prime? La desocupación pasó la factura: en octubre pasado el desempleo alcanzó 9.2 por ciento de la población activa, unos 20 millones de personas. Los pobres ya pasaron los 50 millones de hombres y mujeres, según la Oficina del Censo de EE.UU.
Para encontrar una cifra parecida hay que retrotraerse a dos crisis del pasado. La más grave ocurrió en 1929, y otra, menor, a la salida de la la segunda guerra, con el consiguiente parate de la industria bélica, cuando se perdieron millones de empleos. La primera fue encarada con el New Deal de corte netamente keynesiano; la segunda obligó a apurar el Plan Marshall, una iniciativa que permitió sustituir la producción de guerra por la de paz, es decir por mercancías para la reconstrucción de Europa, lo que posibilitó que la economía estadounidense siguiera funcionando, generando empleos y fortaleciendo el consumo.
El peligro es que la próxima víctima de la crisis actual descomunal puede ser Barak Obama, quien competirá próximamente por la reelección. El presidente le pide al Congreso autorización para volcar 447 mil millones de dólares en la generación de trabajo, pero los republicanos le responden una y otra vez que no, y menos en víspera de elecciones. Si quiere hacerlo, que lo haga por decreto, así la oposición podrá responderle con un juicio político.
Con la economía incendiada, ¿cómo hará Obama para revalidar su liderazgo antes de que el fuego empiece a chamuscarlo? No hay un solo gurú estadounidense ni de ningún otro país que se atreva a recomendarle un camino seguro para salir del pantano. Tampoco el FMI ni el Banco Mundial. Si esa indicación existiera, todavía no se conoce. El presidente de EE.UU puede perder su capital político cuando más lo necesita. Es evidente que los republicanos no lo ayudarán a conservarlo.
Es que el capitalismo no inventó otra respuesta a las crisis periódicas que la acción contracíclica recomendada por John Keynes: el aporte de fondos públicos allí donde la inversión privada defecciona o se vaporiza. Obras públicas importantes significan mucha inversión del estado sin consultar al mercado. Eso es precisamente lo que los republicanos no quieren.
Aún si la decisión de Obama saliera por decreto, ¿alcanzará esta vez la inyección de recursos públicos para reactivar la economía en tiempo y forma? Esos recursos no surgen del ahorro previo de los gobiernos sino de la emisión de moneda. Por lo tanto ¿hasta cuándo se podrá seguir emitiendo sin que la cotización del dólar (y del euro, que ya tiene sus propios problemas) se venga abajo e inicie una alocada carrera de precios que convierta los salarios en chirolas y termine por demoler el consumo? Los argentinos que vivimos las crisis de 1989 y 2001 sabemos de qué se trata.
Amén de la voluntad política de los gobiernos, la crisis seguirá su curso y hará lo que siempre hace: quemar capitales nominales (que en realidad ya carecen de valor), para permitir la concentración de los capitales reales, una vez revalorizados, y así restablecer el equilibrio. Es la misma función que cumplen los incendios forestales, incluso antes de la aparición del hombre en la tierra: quemar las ramas secas para que crezca el pasto nuevo.
Cuando se vuelva a ver la luz al final del túnel, miles de millonarios habrán dejado de serlo, pero algunos de ellos lo serán mucho más. Al fin y al cabo no hay de qué sorprenderse. Hace 500 años que el capitalismo viene mostrando su fea cara sin maquillaje ni afeites. Ante cada crisis parece repetir burlonamente aquel viejo refrán español: “el que avisa no es traidor”.
Martes, 8 de noviembre de 2011
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